sábado, 11 de octubre de 2008

JUNÍN: La batalla sin humo




Junín: la batalla sin humo
No hubo disparos de arma de fuego; fue una encarnizada lucha a sable y lanza.



Carlos Pachá
Licenciado, Presidente de Fundación Historia y Patria

El 6 de agosto de 1824 se desarrolló el penúltimo enfrentamiento armado en pos de la independencia hispanoamericana. A pesar de que Perú había proclamado su independencia el 28 de julio de 1821, los españoles no tenían la menor intención de abandonar el otrora esplendoroso virreinato.

A esa altura de los acontecimientos, ya se había realizado la entrevista de Guayaquil, en la cual San Martín renunció a su gloria personal (abandonado por Buenos Aires y la nefasta política de Bernardino Rivadavia) a manos del ambicioso Simón Bolívar, a quien le puso a disposición tropas del glorioso regimiento de Granaderos a Caballo.

Bolívar logró reunir un ejército de ocho mil hombres y los realistas, uno de 18 mil. Pero la sublevación de Pedro Olañeta en el Alto Perú obligó al virrey del Perú a distraer gran parte de sus fuerzas. En dicha circunstancia, Bolívar decide marchar hacia el sur del Perú a combatir al general realista José de Canterac.
Ambos ejércitos chocan ese día en la pampa de Junín, a más de cuatro mil metros de altura. Canterac en persona manda la caballería de los Húsares de Fernando VII y Dragones de la Unión y del Perú.

El primero en lanzarse al ataque es el bravo general Mariano Necochea, con seis escuadrones de Granaderos montados y Húsares de Colombia y del Perú, y al grito de “¡Adentro, Granaderos!” acomete contra el grueso de las fuerzas realistas. Pero es un esfuerzo inútil: es el primero en caer, con las manos mutiladas y más de 14 heridas, algunas muy graves. Será capturado, al igual que el mayor José Valentín de Olavarría.

Eran las 4 de la tarde. La fuerza del número y la mejor disposición estratégica favorecieron a los realistas, que arrasaron a los dos primeros escuadrones patriotas, en feroz lucha, e hicieron volver grupas a los demás, que abandonaron en desorden el campo de batalla.
El general Miller no pudo actuar, porque su caballería se había dispersado sin combatir. Entre los primeros que se retiraron se contó a Bolívar, quien “cruzó como un relámpago la distancia que los separaba de la infantería”. Los realistas trataron de aprovechar al máximo su ventaja y persiguieron a los que fugaban de manera tan desordenada como ellos y sin tomar la precaución de mantener la retaguardia cubierta por ninguna unidad de reserva.
En ese instante trascendental de la lucha, surgirá el verdadero héroe de esa jornada memorable: el teniente coronel Manuel Isidoro Suárez, argentino, quien comandaba el primer escuadrón de Húsares del Perú, que había quedado de reserva, y mandó atacar a la retaguardia y el flanco izquierdo de las fuerzas perseguidoras. El factor sorpresa fue decisivo, ya que provocó el desconcierto de los realistas y los patriotas se reanimaron y pasaron de fugitivos a perseguidores y, en enérgica contraofensiva, sablearon y lancearon sin cuartel al enemigo.


Los gloriosos Húsares del Perú montando guardia

Mágica victoria

De manera inesperada, la derrota se había transformado casi en mágica victoria por imperio del heroísmo de Suárez, quien además rescató y salvó la vida del sangrante Necochea y de Olavarría.
Las heridas de Necochea fueron... ¡14!: cuatro sablazos en la cabeza; dos que le quebraron el brazo izquierdo, que debieron amputarle; una en la mano derecha que le inutilizó los tres últimos dedos; dos lanzazos en el costado izquierdo, uno de los cuales le perforó el pulmón, a raíz de lo que sufrió una concusión y falleció 25 años después; una estocada en el vientre y cuatro heridas más en los brazos.

Los cronistas de la época contabilizan las bajas de esa singular batalla de armas blancas de la siguiente manera: 248 muertos y heridos y 80 prisioneros para el bando realista y 143 muertos y heridos en las filas patrióticas. Bolívar los rebautizó como Húsares de Junín y hoy funge como Regimiento Escolta del Presidente de la República del Perú.
Después de esto y de engoladas proclamas en donde Bolívar se acredita la victoria en una batalla que mal había dirigido, y luego de condecorar a Suárez, lo acusó de complotar en su contra junto a otros argentinos, cosa que nunca pudo demostrar, lo que provocó el destierro del verdadero hacedor de la victoria de Junín.
Junín tuvo mucha importancia, ya que el inesperado desenlace de la batalla desmoralizó a las fuerzas realistas, cuyos integrantes comenzaron a desertar y allanaron así el camino para la definitiva victoria patriota, materializada en la batalla de Ayacucho el 9 de diciembre del mismo año. Este triunfo lo acreditó el brillante Antonio José de Sucre, quien derrotó al virrey José de la Serna y al mismo Canterac.

El recuerdo, en Córdoba
En nuestra nomenclatura cartográfica, una importante calle de la ciudad de Córdoba rememoraba el decisivo hecho de armas; era el bulevar Junín, devenido en bulevar Illia en el centro y De la Plaza en San Vicente y 1° de Mayo, aunque mantiene aquel nombre en barrio Paladini, en el este de la ciudad.
En tanto, ninguna calle recuerda al insigne Isidoro Suárez ni a José de Olavarría. Sólo registramos una calle Necochea en barrio Santa Catalina, sector lindante con barrio Oña y Villa Revol.
La ciudad y provincia de Buenos Aires, en cambio, le rinden honores designando ciudades y calles con sus nombres. Hasta el tango les ofrenda circunstancial homenaje, que verificamos en la letra del excepcional poeta Enrique Cadícamo en un fragmento del tema Tres amigos, cuando expresa: “Donde andará Pancho Alsina, donde andará Balmaceda, yo los espero en la esquina de Suárez y Necochea...”



General Don Mariano Necochea

¿Por qué en Córdoba omitimos los méritos de estos libertadores? ¿Será porque eran porteños? No lo creo, porque Bartolomé Mitre y Bernardino Rivadavia también lo eran y a ellos no se les mezquinaron halagos y ditirambos.

jueves, 11 de septiembre de 2008

El Supremo Entrerriano

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GENERAL FRANCISCO RAMÍREZ






Francisco Ramírez ha pasado a la historia como el "Supremo Entrerriano" porque el 24 de Noviembre de 1820 fue elegido en Gualeguay "Jefe Supremo" de la República de Entre Ríos, que comprendía el actual territorio de la Mesopotamia (Entre Ríos, Corrientes y Misiones). Su figura, reciamente combativo, domina todo el turbulento y dramático año de 1820, que culminó con el triunfo del ideal federalista al aceptar Buenos Aires la firma del Tratado del Pilar, después de la victoria obtenida por el ejército montonero de Ramírez y López en Cepeda. Ese tratado, que lleva la firma de los dos caudillos y del gobernador porteño Manuel de Sarratea, constituye la piedra fundamental de la organización federal y republicana del país, adoptada definitivamente tres décadas más tarde, al sancionarse la Constitución de 1853.




Ramírez, nacido en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, el 13 de Marzo de 1786, se incorporó en su juventud a la lucha emancipadora contra el poder español, y fue más tarde resuelto opositor de la política centralista de Buenos Aires. Partidario de José Artigas, fue uno de sus principales lugartenientes en la guerra contra las fuerzas porteñas. El 18 de Marzo de 1818 asumió el gobierno de Entre Ríos y, dos años más tarde, Inició junto con Estanislao López la campaña contra el Directorio de Buenos Aires que concluyó con su disolución y la victoria de las fuerzas federales. Distanciado posteriormente de Artigas, ante la insistencia de éste en declarar la guerra a los portugueses que habían ocupado toda la Banda Oriental, Ramírez entró en lucha con su antiguo jefe y lo derrotó completamente, obligándolo a buscar refugio en el Paraguay.



Es difícil determinar quien estaba en la verdad. Artigas hacía de la guerra contra los portugueses una cuestión fundamental; Ramírez en cambio pensaba que este problema exigía condiciones previas para su solución. La lucha contra los portugueses suponía la constitución de una nueva autoridad nacional, asistida por la confianza de los pueblos y apta para enfrentar el poder de los invasores y esto requería tiempo.



El encumbramiento de Ramírez, sin embargo, fue efímero. El 29 de Septiembre de 1820 proclamó la constitución de la "República de Entre Ríos". Sanciona sendos reglamentos para el orden militar, político, económico y tributario. Declara abolidos los derechos a la introducción de efectos del interior del país, prohibe la matanza de vacunos, manda a practicar el primer censo del territorio, promueve la cría de ganado y la plantación de árboles. Divide el territorio en departamentos gobernados por comandantes elegidos por el pueblo, con facultades civiles y militares. Crea la administración judicial y el servicio de correos. Estructura las bases de una administración pública que perdurará durante varias décadas. Impone la enseñanza obligatoria hasta "saber leer, escribir y contar". En pocos meses, esos territorios selváticos y despoblados parecen adquirir una nueva vida. Entre Noviembre y Diciembre de 1820 convocó a decisiones populares para elegir al Jefe Supremo de la República, en realidad estos comicios solían ser viciosos, pero al menos revelaban una preocupación que otros caudillos desconocían.



La bandera de la provincia de Entre Ríos fue creada por el caudillo José Gervacio Artigas en 1914. Fue enarbolada en Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Corrientes y adoptada por Francisco Ramírez al crear la República de Entre Ríos.




Ramírez aspiraba a continuar la obra de Artigas expulsando a los portugueses de la provincia oriental y reintegrar Paraguay a la comunidad nacional; y sobre esta base territorial esperaba asumir ña futura organización del país. El primer objetivo era derribar al Dr. Francia: dictador de Paraguay y con el aporte de esos soldados (30.000 aproximadamente) era posible el enfrentamiento con los portugueses. Así comienza aperturas epistolares con el dictador paraguayo que no van a ser correspondidas.



Ante esto decide poner en marcha su plan de invasión, concentra sus fuerzas en Corrientes, le escribe a Estanislao López para pedirle ayuda, con el mismo fin se dirige al gobernador de Buenos Aires pidiéndole un contingente de 2.000 reclutas, como está convenido en el Tratado de Pilar; y no duda que el General Bustos atendería también estas indicaciones.



Soñaba Ramírez. Nadie lo ayudaría a realizar su esperanza de integración. Porque ahora, López, Bustos y el gobierno de Buenos Aires estaban aliados contra el creciente poderío del Supremo Entrerriano.



Ante esa traición, Ramírez se lanzó la la guerra contra Estanislao López, quien había hecho causa común con los porteños para impedir el predominio de Ramírez. El 10 de julio de 1821, el jefe entrerriano fue derrotado en un combate librado en Córdoba y, en el transcurso de la retirada, al pretender auxiliar a su compañera, la célebre "Delfina", cayó muerto por sus perseguidores. Ramírez tenía entonces 35 años de edad.




El grupo CEIBALEROS, le rinde aqui un sentido homenaje y proclama la restauración de los principios de la República de Entre Ríos creada por nuestro General Francisco Ramírez.