miércoles, 6 de julio de 2011

EL OCASO DE LOS ÍDOLOS


Si bien se miran las cosas, somos de los pocos que no necesitamos decir nada sobre lo que está sucediendo alrededor de las Madres de Plaza de Mayo. Y esto, sencillamente, porque desde hace tres largas décadas que lo venimos diciendo todo. No hay hipérbole en el cálculo, ni mucho menos en la afirmación. Repasen propios y ajenos el conjunto global de nuestras publicaciones; confronten después la totalidad de denuncias y de protestas emitidas —casi en soledad— con los actuales hechos delictivos, y a la vista quedarán las razones que nos asistían y las verdades que anunciamos. Todo, mientras el resto de la sociedad —salvo honrosas excepciones— se dedicaba sistemáticamente a divinizar a estos hipócritas defensores de falsificados derechos humanos.

Guardemos esta doliente victoria en nuestro patrimonio —la victoria espiritual de haber hablado verazmente en un conglomerado de mentirosos— y vayamos al grano con lo que juzgamos ineludible sostener hoy.

Ante todo, que el mayor escándalo no es aquí de índole económica sino moral; y consiste el mismo en el cínico ahínco por preservar la pureza de Hebe de Bonafini, cuyo historial está nutrido de explícitas cuanto groserísimas acciones de apoyo al terrorismo marxista. Poco quita o agrega constatar si este sumidero de rencores se enriqueció ilícitamente de la mano de su cuasi pariente. Lo adoptó, lo prohijó, lo encubrió, fue incapaz de controlar y de desenmascarar sus desfalcos; se nutrió de ellos con abundancia y hartura. Todo lo cual es cierto y es grave. Pero no lo es más que haber consagrado una vida a exaltar el odio homicida, la revolución criminal de la guerrilla, el proselitismo apátrida y ateo, la venganza comunista, el desparramo de estiércol, salido de su bocaza salvaje con la misma naturalidad que brota de una alcantarilla. Semejante artefacto del resentimiento rojo llevado hasta el paroxismo, es un delito viviente, un desmán encarnado, una fechoría perpetua, así se encuentren sus bolsillos vacíos y su cuenta bancaria en blanco.

Lo segundo por sostener es la responsabilidad directa que le cabe al Kirchnerismo en el encumbramiento sistemático de esta mujer y de su banda ideológico-financiera. No hubo gesto que le pareciera poco al oficialismo para ensalzarla y deificarla, para subsidiarla millonariamente con los fondos del Estado, para proponerla como paradigma y revestirla de esa inmaculez que hoy se le niega a lo sacro. El mito procaz de los desaparecidos la tuvo como ícono. A la República misma se la identificó con su silueta torva, su moquero en el testuz y su ronda de reclamos hemipléjicos. Sin que faltara un hebreo sofista, carantoñero del Régimen, que indicara la conveniencia de colocar en la enseña patria el logo de esta célula pirata. La sangre derramada —que juraron no mercar en ocasiones múltilples y a gritos destemplados— fue negociada, al fin, a buen precio y altísimos dividendos.

Un par de testaferros parricidas, una mujer de la bolsa, y un consorcio empresarial capitalista y mafioso, son todo lo que queda a la vista de esta aventura malnacida en sus mismos albores con el nombre de Derechos Humanos.

Y algo tercero queremos agregar por ahora. Ya es un lugar común de las izquierdas afirmar que el Proceso sembró sus males imprescriptibles para justificar o tapar la política expoliadora de Martínez de Hoz, indefectiblemente ligada al Imperialismo. En su momento —y no hay quien se atreva a negarlo— fuimos reciamente impugnadores de aquellas maniobras dolosas, de modo que exentos estamos de toda sospecha al respecto. Pero ¿qué diferencia hay con lo que estamos viviendo? El kirchnerismo, para imponer su modelo económico, que consiste ante todo en el enriquecimiento personal de sus miembros activos, no ha dudado en robar, expoliar, estafar y desvalijar a cuatro manos. No ha dudado en tomar en vano el nombre de los desposeídos y excluidos, como no ha dudado en convertir en una fuente de usura y de codicia el feudo tenebroso del derechohumanismo. La plutocracia internacional agradecida. Los bolsillos de los sátrapas nativos, todos comunistas, claro, repletos hasta las bragas.

En el capítulo sobre “El taita magno de la historia”, en El Nuevo gobierno de Sancho, el Padre Leonardo Castellani retrata la caída del “estatuo”, que así lo llama al susodicho Taita, por la solemnidad con la que fue erigido en una divinidad por él mismo y por sus congéneres. Al derrumbarse el fiero bicho, “dio una voltereta en el aire para caer de cabeza, se le bajó la túnica azul y blanca, y se vio que el infeliz estaba en calzoncillos sucios”.

Así está sucediendo con los “estatuos” de ellas y de ellos. De todos. Incluyendo las vestales indiscriminadas del Inadi; a saber, un paquidermo contranatura y un burlador burlado. Por eso, poco importa si ganan o pierden las próximas elecciones. Es la última función de ídolos que están representado en el perverso circo democrático. El mundo entero ya sabe ahora la verdad. No están orlados de blancas y de azules túnicas, como han pretendido, sino embadurnados de la cabeza a los pies con los colores y olores inmundos de sus mismas heces.

Antonio Caponnetto

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