domingo, 12 de junio de 2011

LAS VERDADERAS MADRES


En algún rincón de cualquier ciudad una madre todavía cuida un uniforme que alguna vez tuvo dueño.

No importa el color perdido por el paso del tiempo que juega a desteñir los recuerdos cubriendo de un triste amarillo a todas las cosas.

Con un paño arranca destellos dorados a los viejos botones donde impresos escudos reafirman símbolos de una República hoy perdida.

Orgullo doliente que le arrancan lágrimas que corren como ríos rebeldes entre los pliegues de sus arrugas.

En su memoria frágil por los años vividos no puede olvidar a su hijo amado; es como si ayer lo hubiese enviado con su blanco guardapolvos a la escuela y al regresar le confió sus sueños de ser algún día un soldado como San Martín.

Recuerda el alboroto de sus juegos en imaginarias cargas contra un invasor inventado.

También su esfuerzo para ingresar al instituto donde su fantasía se haría una realidad.

Es como si lo estuviese viendo en su primer uniforme, con el peso perdido por la nueva disciplinada vida pero destilando un sano orgullo.

Con un gesto rápido cerró el placard en vano intento de ocultar ese dolor en su pecho.

Siguió con los quehaceres diarios de esa casa suya que ya no era la misma desde que él dejó de entrar con sus pasos firmes para abrazarla y dejar un beso en su mejilla.

Se vistió con su mejor ropa, casi sin maquillaje tan sólo un poco de color para ocultar su palidez.

Esperó con paciencia el ómnibus como todos los domingos, tal vez hoy tenga suerte y alguien le ceda un asiento.

Cuando llegó a su destino compró algunas flores para alegrar la morada de su hijo tan querido.

Frente a su tumba no pudo evitar que de nuevo las lágrimas corrieran desesperadas hacia el mármol frío, sin poder ver las letras que decían que allí yacía un Soldado que cumplió con su deber, que entregó su vida allá por los setenta defendiendo la Nación.

Aquí no pudieron quitar esta inscripción que dice que fue asesinado por terroristas; debe ser porque este pedazo de tierra es suyo o porque los que caminan por este lugar hundidos en su dolor poco pueden ver.

Con manos temblorosas depositó la ofrenda, con sus labios más temblorosos aún depositó un largo beso con todo su amor de madre.

Después se marchó con ese paso que tienen los que cargan penas grandes que no pueden olvidar.

Mientras espera para volver a su hogar ese colectivo que demora tanto, se entretiene viendo los titulares en los diarios de ese quiosco de la esquina; hoy todos muestran la foto de uno que mató a sus padres, que hizo una inmensa fortuna con las madres de quienes asesinaron a su hijo.

Siente que un fuego sube por su pecho, que la impotencia la ahoga; hoy el dolor es demasiado insoportable, sus piernas ya no pueden sostenerla, cae como fulminada.

Hay personas que corren a auxiliarla pero ella ya no las ve, sólo mira a su hijo en su uniforme que hoy brilla como nunca, que le extiende sus manos, que la abraza y le dice “no te inquietes, ven conmigo al sitio donde están las Verdaderas Madres, que Dios te está aguardando”.

Tomado de www.informadorpublico.com

1 comentario:

Unknown dijo...

Ellas son las verdaderas madres del dolor. Dios tenga en la gloria a los 649 ARGENTINOS que dieron la vida por todos nosotros. Gracias Heroes!