lunes, 14 de febrero de 2011

Un nuevo aniversario del crimen de Dresden


VAE VICTIS

El vasto telar de Cronos ha comenzado a tejer un nuevo año para la historia. Los dedos de los políticos, instrumentos de las fuerzas invisibles, ya están en los husos y lanzaderas retorciendo los hilos para hacer el gran tapiz del presente 2011. Su objetivo, una humanidad que, como en la centuria pasada, seguirá creyendo cuanto proclamen con estridencia los grandes medios de comunicación con sus técnicas de lavado de cerebro y penetración subliminal.

Así centenares y centenares de millones de seres humanos continuarán comulgando con ruedas de molino sin discernir entre la pura especulación y la más horrorosa mistificación ética o estética, filosófica, política e histórica, entre el héroe y el fanfarrón, o el hombre auténtico y el hipócrita.

Incluso, haciéndoles creer que deciden, como muy bien lo señala F.J.P. Véase en su ya clásico libro “El crimen de Nuremberg”: “…en las democracias las decisiones no son tomadas por los ciudadanos sino por los financieros internacionales, los magnates de la prensa, los pedantes funcionarios permanentes y en ocasiones por los gabinetes”.

Sin embargo, están entre nosotros quienes —como aquellos del relato evangélico a los que Nuestro Señor Jesucristo retiró de entre la multitud y, tocando con su saliva divina ojos, oídos y boca, liberó— están a salvo del colectivo esclavizante, para ver, oír y hablar con la Verdad y en la Verdad. Con ellos pretendemos seguir conversando sobre historias ocultadas y deformadas a designio.

En esta oportunidad lo haremos levantando la Cortina de Hierro de un crimen cometido hace sesenta y tres años y por el cual nadie fue llamado a responsabilidad. A decir verdad, se hace difícil volver al año 1945, cuando los ya victoriosos demoliberales y bolcheviques acordaban lanzar en el vencido Japón bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, en tanto se ratificaba en Yalta lo concedido por Winston Churchill y Franklin Delano Roosevelt a Josef Stalin en la reunión de Teherán. Ello no significaba nada más, ni nada menos, que la esclavización de Letonia, Estonia, Lituania, Polonia, el oriente de Alemania, Checoeslovaquia, Rumania, Hungría, Bulgaria, Yugoeslavia, Albania, media Corea y dejarles las manos libres para actuar en China.

Mientras tanto, en los campos de batalla las tropas lenino-stalinistas avanzaban —como otrora los asirios— y ya estaban en la línea del Oder, en tanto los angloamericanos retrasaban su avance para cumplir con su hijo putativo, el Tirano del Kremlin.

Así estaban las cosas cuando el 11 de febrero del año trágico de 1945 finalizaba la Conferencia de Yalta, en cuyo comunicado final decía: “Nuestras fuerzas terrestres y aéreas han organizado de completo acuerdo nuevos golpes contra el corazón de Alemania. Los ataques partirán del Norte, el Sur, el Este y el Oeste”. Días aciagos. Millones de fugitivos se retiraban hacia el oeste para escapar de los soviéticos.

Dresden, “la Florencia alemana” —por sus tesoros artísticos— recibía a diario miles de refugiados que a pesar del intenso frío acampaban a cielo abierto en las calles.

La capital de Sajonia no temía ser blanco de bombardeos, ya que apenas contaba con industrias y hasta sus defensas antiaéreas habían sido enviadas al frente del Este. Era llamada la “ciudad de los hospitales” por el gran número de éstos. En sus tejados, y de acuerdo a las normas internacionales, se habían pintado grandes cruces rojas sobre fondo blanco. Sin embargo la noche del 13 al 14 de febrero pocos minutos después de las diez y mientras sonaban las sirenas, estalló el infierno. Durante media hora exacta ochocientos bombarderos ingleses dejaron caer cuatrocientas mil bombas incendiarias y unas tres mil rompedoras. Una superficie de 28 kilómetros cuadrados se convirtió en un mar de fuego.

Tres horas después llegó un segundo ataque en el que unos mil cien bombarderos angloamericanos lanzaron doscientas mil bombas incendiarias, miles de rompedoras e incontables bidones de fósforo. En ese momento parte de los proyectiles fueron enviados directamente sobre los espacios que no habían sido alcanzados.

De más está decir que esos lugares estaban ocupados por miles de seres humanos los que pronto se convirtieron en antorchas vivas. Según relatos de supervivientes el asfalto ardió mientras manzanas enteras se desplomaban. Las piedras de la zona de Frauenkirene comenzaron a disolverse cuando la temperatura superó los mil quinientos grados.

Pero lo dantesco tuvo un nuevo capítulo. En el alba del 14 de febrero llegó el tercer bombardeo, esta vez sobre los suburbios de la ciudad masacrada estando dirigido a los que, aún medio asfixiados y quemados, habían logrado escapar. Una nueva oleada de Fortalezas Volantes y “Liberators” arrojaron otras diez mil bombas incendiarias, mientras los cazas en perfecta formación ametrallaban a los que huían por las carreteras. El bombardeo de Dresden, más mortífero que los de Hiroshima y Nagasaki juntos, con certeza sobrepasó los trescientos mil muertos. Para el Comando aliado fue sólo un episodio de la Operación “Clarion”, signada por Ike Eisenhower y ejecutada por el “Premier” Mr. Churchill y el Mariscal del Aire Arthur Harris.

La incursión en masa contra Dresden fue lisa y llanamente un crimen de guerra que ha quedado impune al haber sido cometido por los vencedores. Es parte del “modelo Nuremberg” inaugurado luego de la Segunda Guerra Mundial. Tal lo que sostiene con Verdad, el Profesor Danilo Zolo, de la Universidad de Florencia, en tres ensayos reunidos en un solo volumen de 203 páginas que con el título: “La Justicia de los Vencedores” publicó en Buenos Aires la Editorial Edhasa en junio del pasado año. De algunas páginas extraemos su planteo: “…nada les ocurrió a los criminales responsables de las catástrofes atómicas de Hiroshima y Nagasaki de agosto de 1945 o de los bombarderos devastadores de las ciudades alemanas y japonesas […] Nada les sucedió a las autoridades de la OTAN responsables de un crimen internacional «supremo» como la guerra de «agresión humanitaria» contra Yugoeslavia…” donde los bombarderos norteamericanos “arrojaron treinta mil proyectiles de uranio empobrecido que al entrar en contacto con cuerpos sólidos se dispersa y entra en el suelo, el agua y el aire, penetrando en la cadena alimenticia…” Pero las democracias mantuvieron sus objetivos y “nada ocurrió después de la agresión de Estados Unidos y Gran Bretaña contra Irak en 2003” con sus decenas de miles de victimas civiles.

“En particular quedará totalmente impune las masacre de no combatientes en la ciudad iraquí de Fallujah —matanza llevada a cabo con Napalm y fósforo blanco en noviembre de 2004—. Y lo mismo se puede prever para los crímenes cometidos por las milicias israelíes durante decenas de años de ocupación militar en Palestina…”

Es el camino comenzado en Nuremberg, el 8 de agosto de 1945, de una “justicia” para ser aplicada por los poderosos sobre los vencidos. Lo sucedido en los últimos años con los derrotados y demonizados Slovodan Milosevic, Saddam Husein —más allá del juicio que nos merezcan sus respectivas políticas— son claros ejemplos. Vae victis. ¡Ay de los vencidos!


Luis Alfredo Andregnette Capurro

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